sábado, 22 de septiembre de 2012

La ONU ha lanzado una nueva publicación sobre los derechos de la comunidad LGTB.


La Oficina de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha publicado una guía sobre la situación de los derechos humanos de la diversidad sexual en el mundo. La ONU ha recordado en la publicación que los ciudadanos no deben ser discriminados por razones de orientación sexual o identidad de género.
La guía publicada por la Oficina de Derechos Humanos de la ONU habla sobre cómo está defendida en la actualidad la orientación sexual e identidad de género en el derecho internacional que garantiza los derechos humanos de la ciudadanía mundial.
La guía publicada por la ONU cuenta con una extensión de 60 páginas y, según han dado a conocer, va dirigida especialmente a los gobiernos que no están respetando los derechos de la comunidad LGTB.
El objetivo de la publicación de la ONU es recordar a los distintos Estados las obligaciones que tienen en torno al respeto de los derechos de la diversidad sexual en sus territorios, recordando que deben proteger los derechos humanos de sus ciudadanos homosexuales, bisexuales y transexuales.
Navi Pillay, Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, ha escrito el prólogo de la guía lanzada en torno a los derechos humanos de la diversidad sexual en el mundo.
El tema de extender los mismos derechos a las personas LGTB no es algo radical ni complicado. Se basa en dos principios fundamentales en los que se basa también el derecho internacional sobre derechos humanos: la igualdad y la no discriminación“, ha recordado Pillay.
La Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU ha recomendado la lectura del inicio de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, texto que garantiza que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos“.

domingo, 9 de septiembre de 2012

“Una lectura gay del Apocalipsis (I)”


por Carlos Osma.
Cartas a las siete Iglesias. (Ap 2,1-3,22)
El libro del Apocalipsis, escrito a finales del siglo I d.C. cuando Domiciano era emperador del Imperio Romano, comienza situándonos en la isla de Patmos, un peñasco marino cerca de Éfeso donde los romanos desterraban a disidentes y rebeldes. Desde allí el profeta y visionario Juan insta a los cristianos perseguidos en Asia Menor a no darse por vencidos y critica duramente a quienes han decidido seguir el camino fácil de la colaboración con Roma.
En las cartas a las siete iglesias, con las que comienza su obra, Juan anima a los cristianos a no participar de las comidas que tenían lugar en las ciudades durante las fiestas de la “divinidad” de Roma. La razón era que en ellas se servía carne sacrificada a los ídolos y quienes participaban lo hacían para mostrar su fidelidad al Imperio Romano. Los cristianos debían ser fieles a Jesucristo, pero si no participaban en estas comidas, se arriesgaban a ser marginados o ser vistos como enemigos del orden público. Juan sin embargo lo ve claro, los cristianos que toman parte de esta “anti-eucaristía” están renegando de Dios y se prostituyen con la gran ramera.
No todos los cristianos compartían la visión de Juan, algunos de ellos entendían el cristianismo en clave de fidelidad interior, más que como una batalla contra Roma. Los ídolos romanos no tenían ningún poder, así que no había ningún problema en tomar parte en las comidas y fiestas romanas. De esta manera podían seguir a Jesús y al mismo tiempo no se alejaban de los modos y las costumbres del resto de ciudadanos romanos. En el fondo lo que pretendían era convertir el seguimiento de Cristo en algo íntimo y personal, eludiendo la dimensión pública y social que tiene el evangelio (1).
Para intentar aproximar el mensaje del Apocalipsis a nuestra experiencia como personas lgtb, es importante preguntarse cuáles son los poderes que pretenden controlarnos y dominarnos. Y si hay uno que destaca sobre los demás, y que podemos identificar como nuestra Bestia apocalíptica, es el poder que asigna a cada sexo un género e intenta imponernos la heteronormatividad. En cada lugar y rincón de la sociedad en la que vivimos se levanta una imagen de oro y piedras preciosas a la que llaman “normalidad”, y que nos recuerda cual es el modelo que quiere este Imperio. Aunque se vende como una imagen de bien y felicidad, cada día recibe como sacrificio la sangre de sus víctimas.
Situarnos en la Isla de Patmos, con el exiliado Juan, o en medio de aquellas comunidades donde se disputaba entre mantenerse fiel a Jesús o al Imperio, es complicado. Nuestra experiencia suele contener matices y ambigüedades, por lo que en ocasiones vivimos en Patmos, pagando el precio de la disidencia, y en otras nos descubrimos participando de los banquetes de la Bestia. Deseamos comer, compartir, crear comunidad y ser aceptados a toda costa, y no nos importa negarnos externamente si con ello lo logramos. Nuestro género, orientación, o identidad sexual es algo personal, que no tiene que ir gritándose a los cuatro vientos, es mejor la espiritualización e invisibilización, que pagar el precio de la marginación que en más de una ocasión hemos sufrido. Ese es el pacto con la Bestia, vivir nuestra “anormalidad” en la intimidad, para que su poder siga sin ser cuestionado y se refuerce día a día.
Las disidencias que tiene que ver únicamente con la orientación sexual tienen una mayor aceptación social, puesto que por sí mismas no cuestionan al poder establecido. Son transgresiones fácilmente confinables en el ámbito personal. Allí pueden vivir durante años, o incluso una vida entera, sin que nadie más se percate de su existencia. O por el contrario, pueden ocupar la esfera pública, siendo aceptadas como relaciones de segunda, a cambio de no tocar pilares básicos del Imperio, como son la superioridad del macho, la visión biologicista de la familia, o el matrimonio entendido como la unión entre dos seres desiguales: un hombre y una mujer.
Todas las estructuras que defienden estos posicionamientos están al servicio de la Bestia, pero el Apocalipsis nos anima a resistir ante ellas, a ser personas gays en todos los ámbitos de nuestra vida, en los privados y en los públicos. Y a serlo no pactando con el poder de la heternormatividad, sino con el de la libertad, la diversidad y el amor que representa para nosotros el mensajero de Dios, Jesucristo.
Quienes cuestionan la relación unívoca entre cuerpo e identidad sexual lo tienen mucho más complicado, puesto que son percibidos inmediatamente como un peligro. A pesar de las enormes dificultades con las que se enfrentan desde la niñez, tienen la posibilidad de pactar con la Bestia a cambio de hacer una reasignación de sexo que subsane la “disonacia” que les ha sido impuesta. No hablamos aquí del derecho de toda persona a modelar su cuerpo como quiera, sino del poder que les “obliga” a hacerlo de una forma determinada. El engaño final consiste en que, con o sin reasignación, siguen sintiendo la fuerza que les empuja hacia la marginalidad. Su pecado es, en ambos casos, imperdonable.
Juan les llama a resistirse al poder que les oprime. Y esto sólo pueden hacerlo entendiendo la relación entre cuerpo e identidad sexual de manera creativa. Su manera de desenmascarar a la Bestia es mostrando como cada cuerpo puede ser vivido y reinterpretado de formas infinitas. Juan les invitaría hoy a no tomar parte de las comidas que ayudan a socializarse a los buenos ciudadanos del Imperio, sino de aquella comida que recuerda a quien se atrevió a redefinir la relación entre cuerpo y esperanza mesiánica de una manera nueva y salvífica: como desprendimiento, entrega y esperanza de salvación en el Dios que promete una creación nueva que romperá los límites de las estructuras que nos son impuestas.
Por último nos encontramos con las personas que se sienten a gusto con el género que se les ha asignado, pero cuyo comportamiento desborda los límites aceptables para el Imperio. Es el llamado delito de género. Sorprende como esta fuerza opresiva se ha convertido en una de las más fuertes incluso dentro de las comunidades gays. La propia sociedad gay, que levanta la bandera de la diversidad, sitúa en una esfera superior a las personas que son fieles al rol del género establecido. Es quizás su manera de pedir perdón a la Bestia, una forma de pactar con ella para ser aceptados. Sin embargo esta manera de prostitución no deja de ser ridícula y absurda, sobre todo cuando uno ve los enormes esfuerzos que muchos tienen que hacer para conseguirlo. Aunque quizás lo más triste es que con dicho comportamiento no sólo se refuerza el poder opresivo, sino que se colabora en el sufrimiento de las víctimas.
Los gritos del profeta nos llaman hoy al arrepentimiento, y nos advierten de las consecuencias de la prostitución en la que hemos caído muchas personas gays. Pero también animan, acompañan y reconfortan a quienes no se conforman con ser mujeres u hombres que siguen los dictados del género aceptados en nuestra sociedad. Ellas no son tibias, por lo que siempre permanecerán en la boca de Dios. Aquella que, con sólo unas palabras, dio origen a todo lo creado. Por eso allí, desde la boca de Dios, desde sus labios, colaboran activamente en la aparición de nuevas palabras, de nuevas creaciones y posibilidades para el género humano. La luz que desprenden, no debe ser apagada ni escondida, sino puesta en un lugar desde donde se pueda denunciar el engaño de la Bestia.
Las últimas palabras de Jesús, que transmite a las siete iglesias a través del profeta Juan, las dirige a la iglesia de Laodicea. Unas palabras que siguen siendo actuales y que podemos meditar a partir de nuestra experiencia como personas lgtb:
“Yo reprendo y castigo a los que amo. Ten, pues celo y conviértete.
Mira que estoy junto a la puerta y llamo.
Si alguno oye mi voz y abre la puerta,
entraré junto a él, y cenaré con él y él conmigo.
Al vencedor lo sentaré conmigo en el trono, como también he vencido
y me he sentado con mi Padre, en su trono.
El que tenga oídos, que escuche lo que El Espíritu dice a las iglesias (2).
Carlos Osma
[1] Para esta introducción he utilizado la obra: Pikaza, Xavier. Apocalipsis (Editorial Verbo Divino, Estella 2010).
[2] Ap 3,19-22.

sábado, 8 de septiembre de 2012

“Con Familias por igual estamos educando a la sociedad y a las nuevas generaciones”.




Buenos Aires – (PeekG.com)
Entrevista a Rodolfo Moro, realizador del documental Familias por Igual junto a Marcos Duszczak
Familias por Igual
¿Cómo surgió la idea de hacer “Familias“?
La idea del Documental surgió a partir de que unas amigas se iban a casar, luego de la sanción de la ley de matrimonio igualitario 2010; y finalmente se concretó leyendo un día la carta que Daniel, hijo de Luis Lezana, escribió al Senado durante el debate. Luis, hombre gay de 45 años, adopto a Dani a los diez años luego de haber sido devuelto 5 veces por familias heterosexuales y Dani muy orgulloso de su padre escribe: “Señores Senadores, los gays se van a casar entre ellos, no tengan miedo, no se van a casar con ustedes.”
¿Por qué eligieron hablar de familias?
Nosotros fuimos en búsqueda de los casos, empezando por los más conocidos entorno a los debates sobre la sanción de la Ley y luego por contactos fuimos llegando a los casos menos expuestos. Pero el principal objetivo era poder mostrar la familia constituída, que es la de Karina y Silvina con sus dos pequeñas de 2 y 5 años, poder mostrar su entorno, sus actividades, la vida social y el jardín.
Al principio no nos fue sencillo porque al hablar de un documental y exposición, hubo que ser muy delicado y que las familias puedan confiar en que el material que pretendíamos obtener era desde lado más humano, el amor y el deseo de criar un hijo, alejado de los prejuicios que comúnmente se venían teniendo sobre el tema. Justamente en lo que creemos es que para tener una mirada desprejuiciada sobre un tema es no continuar con el debate sino presentar las historias tal cual son y las posibilidades de que una pareja homosexual pueda criar a sus hijos.
¿Qué querían contar con este documental?
Que las familias del mismo sexo existieron siempre, como en el caso de Elva, dos mujeres que lucharon toda su vida por estar juntas y finalmente poder criar a sus hijas, y los distintos tipos de familia como la de adopción de Luis, Co-paternidad e hijos biológicos como el caso de Javier Camacho y Chloe, la adolescente que habla de sus dos papás;  inseminación en el caso de Karina y Silvina, que ya no pueden volver a quedar embarazadas trayendo consigo un tema que deberá ser tratado  como la maternidad subrogada, una de las posibilidades biológicas que tienen tanto las parejas que no pueden acceder a la reproducción y las parejas del mismo sexo.
¿Cómo reacciona el colectivo lgbt y cómo los heterosexuales cuando ven el documental?
Las personas LGBT se emocionan muchísimo, fundamentalmente con la anécdota de Bazán al comienzo y luego con el caso de Elva, una historia de amor y de lucha durante más de 50 años, llena de prohibiciones y rechazos, no sólo por parte de la sociedad sino desde el propio seno familiar, que eso es lo más fuerte para un hijo homosexual ¿no? No poder confiar ni siquiera en la gente que te trajo al mundo.
A los heterosexuales les brinda una mirada que nunca han tenido sobre las parejas homosexuales y la crianza, porque siempre esta de por medio el prejuicio y lo que te da a entender el documental es que si van a buscar un debate, allí no lo van a encontrar. Proponemos una mirada desde el amor y que es muy importante que los chicos hablen, participen y tener su punto de vista en un tema donde lo más importante son ellos mismos, su desarrollo y educación.
¿Qué fue lo que más les sorprendió en el proceso de realización?
Recibir el apoyo de tanta gente, y fundamentalmente periodistas, artistas y figuras del medio muy prestigiosos. Nosotros arrancamos de cero a realizar el documental sin ningún tipo de contacto hasta contar con la participación de Osvaldo Bazan, periodista y escritor, Vilma Ibarra coautora de la Ley de matrimonio, Graciela Moreschi Psiquiatra de los medios, Maria Rachid, Esteban Paulon; el asesoramiento de Vanessa Ragone y Mario Massaccesi y contar con la voz de una gran artista como Sandra Mihanovich, quien le dió el tema principal al documental “Quiero encontrar mi lugar” del año ’85 y lo volvió a grabar exclusivamente para nuestro Film.
¿Fue fácil conseguir a la gente que participó del documental? ¿alguien se negó?
Hubo algunos casos que por tema justamente de exposición no quisieron brindar su testimonio y yo pienso que también fue por miedo a como iba a ser dicha exposición. Siempre nos enfrentamos a estos miedos de “qué es lo que se va a mostrar…”, lógico obviamente! porque no siempre se tratan bien los temas y muchas veces se genera información contraria.
Y también nos pasó con un caso de maternidad subrogada que por una cuestión legal no era conveniente mostrarlo.
¿Qué fue lo mejor y lo más difícil de hacer “Familias por igual”?
Lo mejor es la cantidad de gente que conocimos. Las familias, que muchos ya somos íntimos amigos. Es un tema que nos involucra a todos y unifica. Incluso poder conocer a Karina y a Silvina, quienes permitieron que fuera posible hacer la música original interpretada por Sandra Mihanovich, dándonos su apoyo económico para realizar la banda de sonido de todo el documental.
Lo que más nos asustaba durante el rodaje era si íbamos a llegar a terminarlo. No sólo porque es un proyecto que iniciamos a pulmón sino que también es nuestro primer largometraje. Nos costó muchísimo cada viaje, los traslados, el equipamiento, la producción en general. Y a su vez, el hecho de poder conseguir subvención del Estado nos deprimía bastante durante el rodaje porque uno se da cuenta de que para poder hacer una película, siendo realizador independiente, se necesita apoyo del INCAA y no te lo dan. Realmente una experiencia no muy buena para cualquier realizador que se inicia, ya que deberían fomentar la actividad de los realizadores, no sólo presentando proyectos sino también tener el carácter de evaluar proyectos ya en curso y darles una mano.
Por otro lado está el tema de la calificación que le dieron al documental: SAM 13. Solicitamos los 4 votos que componen la calificación para ver sus opiniones y describían que “el hecho de parejas homosexuales que crían a sus hijos y la adopción por parte de éstas, requiere cierto grado de madurez para su interpretación”. Justamente en un documental que la idea es educar a la sociedad en su conjunto y a los menores.
Apelamos ante el departamento de calificación, pero ellos mantienen su postura. Ya se esta trabajando desde la Federación LGBT para poder resolverlo.
¿Algo que quieran destacar de esta experiencia?
Lo que me gustaría es agradecer a cada Familia por habernos abierto la puerta de sus hogares porque sin ellos ésto no hubiese sido una realidad. Es muy importante para nosotros saber que con “Familias por Igual” estamos educando a la sociedad y a las nuevas generaciones.
Agradecer a  todos los especialistas que nos dieron su apoyo para formar parte de éste documento. Porque cada uno marcó un punto de vista distinto y aportaron no sólo con datos sino con su opinión, su perspectiva y fortalecieron cada historia.
Agradecer a la gente que pide que se exhiba en muchos lugares porque no es sólo un tema que toca a los gays, sino que nos influye a todos. Y me asombra cuando los heterosexuales salen del cine con una mirada distinta, cuando se van emocionados. Y deseo que finalmente todos lleguemos a la misma conclusión, que todos somos Iguales y que como dice Elva “con amor todo se puede”.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Apuntes para una pastoral católica gay


Mi primer contacto con J. Alison data del año 1993, cuando preparé y prologué la traducción castellana de su libro Cristología de la No-Violencia (Salamanca 1994). Desde entonces he mantenido con él un contacto epistolar que me hubiera gustado que fuera más frecuente. Le admiro en el plano personal y pienso con él (¡no lo mismo que él!) en el plano teológico y personal.
Por esta vieja relación que mantenemos, y por el valor de su figura y de su obra, quiero incluir dos trabajos:
a. Una semblanza de J. Alison, tomada de mi Diccionario sobre pensadores cristianos, donde él tiene un puesto por derecho propio.
b. Un trabajo de J. Alison, dedicado al tema de la "pastoral" católica gay, uno de los textos más impactantes que he leído en los últimos meses.
Da la impresión de la que Iglesia no quiere una pastoral-gay, sino una supresión (conversión) de los gays. Éste es un tema clave de la teología y, en conjunto, de la Iglesia actual. Nos estamos jugando en parte el futuro el evangelio. Lea quien quiera seguir pensando sobre el tema (y aprendiendo). A todos recomiendo el portal de J. Alison: http://www.jamesalison.co.uk/cas/
ALISON, JAMES (1959- )
(X. Pikaza, Diccionario de Pensadores Cristianos, VD, Estella 2000)

Teólogo inglés, convertido al catolicismo. Ha sido dominico, es presbítero. Ha venido realizando una intensa labor de catequesis y presencia cristiana en Inglaterra y América del Sur (Brasil, Chile) y entiende su tarea intelectual como un intento de elaborar, desde el evangelio y al interior de la iglesia, un tipo de teología que esté abierta a los diversos tipos de amor (entre ellos el amor gay), a la luz de la experiencia liberadora y gozosa de Cristo.
Su primera obra traducida al castellano fue Conocer a Jesús. Cristología de la no-violencia (Salamanca 1994), a la que yo mismo puse el prólogo, y en ella desarrollaba una visión no-sacrificial de la religión, apoyada en R. Girard. Después ha publicado El retorno de Abel. Las huellas de la imaginación escatológica (Barcelona 1999), insistiendo en el mismo argumento, pero fijándose sobre todo en la experiencia pascual y en la superación de diversos tipos de imposición sacrificial, sobre todo aquella que se ejerce sobre personas que tienen orientaciones afectivas y sexuales distintas de las oficialmente establecidas. Ese argumento está en el centro de Una fe más allá del resentimiento. Fragmentos católicos en clave gay (Barcelona 2003). Alison ha desarrollado así una teología desestabilizadora para el orden oficial de la iglesia católica (más reservada ante el amor-gay), pero tranquilizadora para millones de personas.
1. La teología de Alison puede resultar desestabilizadora porque ha ido desmontando, desde el evangelio, los supuestos y bases culturales de un sistema de opresión, sobre el que se edifica una teología que pretende ser “natural” (ser fiel a la naturaleza), pero que termina acusando a los gays de algún tipo de malformación o defecto (físico, psicológico o religioso). En contra de eso, Alison considera a los gays y lesbianas como personas normales y especiales, en un mundo donde todos somos especiales y distintos, debiendo trazar nuestra identidad desde la diferencia personal.
A fin de poner de relieve la dignidad y el valor personal de los gays, Alison ha estudiado el tema de otros colectivos que han sido marginados a lo largo de la historia cristiana, desde la perspectiva de algunos textos muy significativos de la Biblia: el ciego de nacimiento de Jn 9, Jonás en Nínive, las “diferencias” de Ezequiel, las polémicas de Jesús en Jn 8, etc. Este ejercicio teológico le sirve para superar las bases de un cristianismo y de una iglesia edificada sobre estructuras clasistas, impositivas y moralistas, situándose en el lugar donde el evangelio vincula a todos los hombres y mujeres ante la gracia creadora de Dios.
2. La obra de Alison es, al mismo tiempo, muy tranquilizadora, porque intenta y consigue superar el nivel del resentimiento y el desquite, es decir, del juicio y la revancha en que se sitúa una parte considerable de la tradición eclesiástica. No echa la culpa a otros, no se limita a invertir la situación, condenando a los antes condenadores y absolviendo a los antes culpables. Al contrario, ella ofrece para todos, gays y héteros, hombres y mujeres, clérigos y laicos, unos espacios de fraternidad abierta, desde los últimos de este mundo, en línea eucarística.
En este contexto, ella puede presentarse como expresión de una experiencia ecuménica en el amplio sentido de la palabra, ella aparece como un testimonio de la dignidad personal de los gays y como una protesta contra todo tipo de discriminación sexual, matrimonial o ministerial que se establece en contra de ellos, desde el valor radical de la persona. De todas formas, a pesar de su importancia, el conjunto de la obra de J. Alison deja abiertos algunos temas significativos, que deben seguir estudiándose en la línea que él ha iniciado, a partir del Evangelio de Jesús, leído con la ayuda del pensamiento no-sacrificial de R. Girard.
a. Hay que estudiar mejor el sentido de la paternidad-maternidad en perspectiva no patriarcal, para expresar así el don de la vida. La recuperación cristiana del amor gay puede y debe de ayudarnos a entender otras formas de amor, incluso heterosexual, desde la perspectiva del nacimiento y educación de los hijos. También es importante vincular el amor gay con la experiencia del enamoramiento místico, en la línea desarrollada, por ejemplo, por San Juan de la Cruz.
b. En el momento actual de la Iglesia católica debe relacionarse el amor gay con los ministerios eclesiales. Por lo que yo sé, Alison no ha planteado de manera expresa el tema, aunque ese tema ha sido uno de los que ha marcado con más fuerza su vida en los últimos años (y la vida de la Iglesia).
c. En el fondo de Alison hay una opción preferencial por los diversos tipos de “pobres”, pero (que yo sepa) él no ha explicitado todavía esa opción en un modo ecuménico, en diálogo con otras culturas y religiones; quizá la defensa del amor gay puede ser un camino de comunión y ecumenismo que se debe explorar en el futuro..
Otras obras: On Being Liked (London 2004); Undergoing God: Dispatches from the Scene of a Break-In (London 2006); Stricken by God? Nonviolent Identification and the Victory of Christ (edición de B. Jersak y M. Hardin, London 2007).
De la imposibilidad a la responsabilidad: apuntes para una pastoral católica gay
Por James Alison

(cf. http://www.lafamiliacristiana.com.mx/vidapastoral/articulo.php?id=132)
Si un domingo por la noche voy calle abajo de donde se ubica mi departamento en São Paulo, hay algo de lo que puedo estar seguro: encontraré cientos de chicos; en realidad, chicos gays y lesbianas de entre 14 y 18 años de edad. Emos, góticos, con mohicanos y piercings, con la marca de diseñador de su ropa interior cuidadosamente visible, y con cuanta variedad en el vestir sea imaginable como demostración de toda la ansiedad y la gloria de la adolescencia. ¿Y por qué justo allí? Pues bien, hay un club grande en la esquina, en este que es el más popular de los dos principales barrios gays de São Paulo, que alberga una “matiné” o “función para menores de edad” los domingos por la tarde. Hay realmente varios clubes de ese tipo, pero éste es el mejor ubicado.
Así es que, desde alrededor de las 4 p.m. y hasta cerca de la medianoche, los chicos que no serían capaces de entrar en un club regular a las horas nocturnas normales, pueden divertirse; cosa que hacen, tanto en el club como fuera de él, para disgusto de los conductores locales que se ven obligados a avanzar muy lentamente, ante la ineficacia del semáforo y bajo la mirada de una discreta presencia policiaca destinada principalmente a proteger a los jóvenes de brotes de violencia ocasionales. Al fin y al cabo, de cuando en cuando los “cabezas rapadas” deciden envalentonarse, apareciéndose para dar a “los maricones” una ligerita paliza dominical. Para mi gran sorpresa, nunca he visto adultos depredadores merodeando al acecho de chicos menores de edad. En realidad, no estoy del todo seguro si los chicos siquiera se darían cuenta de que alguien lo intentara, dado que parecen encontrarse tan completamente inmersos en su propio mundo. Si alguien lo intentara, entonces, bueno, la actitud puede ser un arma fulminante, y estos chicos poseen actitud por montones.
¿Por qué comencé con esta imagen? Si ustedes me hubieran dicho, hace quince o veinte años, que algo como esto sería considerado realmente como muy normal en una ciudad importante, lo hubiera pensado imposible. La total normalidad, la adorable aunque ligeramente histérica banalidad adolescente de todo esto es lo que parecería imposible. Hasta donde puedo entender, he aquí una generación cuya introducción en el mundo del cortejo, de las citas y de formar parejas, sucede al mismo tiempo que la de sus contemporáneos de la escuela media y de la secundaria, teniendo como fondo la misma música, moda, arranques de angustia, competencias de berridos y demás. A pesar de que los chicos de mi barrio son capaces de expresarse de una forma particularmente libre, el hecho de que su patrón de relación sea con personas del mismo sexo no parece ser, en ningún sentido, la característica más llamativa o importante de cuanto rige sus vidas.
Ahora bien, permítanme llevarlos aún más abajo de la misma calle, justo pasando mi puerta delantera, de hecho. Al principio, no podrán notarlo, en medio de todas las formas normales de vida gay de acera, con grandes multitudes de hombres que se vuelcan a las calles para platicar pacíficamente fuera de los bares (las lesbianas tienden a congregarse en barrios ligeramente distintos); pero, si se quedan por ahí un buen rato, tengan por seguro que se darán cuenta de ello: la presencia de un número significativo de los que en el Reino Unido llamamos rent boys, “chicos de alquiler” en Estados Unidos “hustlers” y que en México se conocen como chichifos. En cualquier caso, trabajadores sexuales. Uno de ellos una vez me hizo ver algo que yo no habría notado por mí mismo: si uno de sus colegas tiene joyas, por sencillas que éstas sean, es muy probable que no estén consumiendo drogas. Dado que son gente pobre, las drogas que pueden permitirse son del tipo más nocivo y adictivo —crack y metanfetaminas—, y la ruta que lleva de la primera dosis a la pérdida total de la autoestima y, con ella, la de la ropa decente y los accesorios, es vertiginosamente rápida. Por lo tanto, si el muchacho había comenzado a consumir drogas, ya habría vendido sus joyas para la siguiente dosis.
Algunos de estos muchachos ejercen su profesión en sitios regulares (y se expresan con respeto de sus clientes habituales), porque es una forma de hacer dinero rápido. Para otros, especialmente los de los barrios periféricos más pobres de la ciudad, donde son muy fuertes las presiones para hacerse machos mientras crecen, esta es la manera de adaptarse tanto a “salir del armario”, como a poder costear una noche en el centro de la ciudad; ya que, según su modo de hablar, si lo hacen por dinero, entonces no son realmente homosexuales. Después de que se espabilan un poco, se acostumbran a ser gays y, una vez que eso ocurre, la cuestión del dinero es una parte menos decisiva en sus vidas. Algunos lo harán como una forma de derrochar tras una semana de trabajo en la construcción o en la peluquería; otros están involucrados con hombres mayores, acostumbrados a pagar los platos rotos por ellos y comprometidos en una relación. Otros, habiendo ganado demasiado dinero, demasiado pronto, a cambio de unos cuantos trucos, y habiéndolo gastado igual de rápido, quedan inmersos en un ciclo de autoaborrecimiento e inutilidad para emplearse, incapaces de tolerar el mero aburrimiento, el trabajo duro y el bajo salario rutinario propio del único tipo de trabajos para los cuales están calificados.
En la esquina hay un café internet, donde todos los habitantes de la calle pueden conectarse en línea, chatear, concertar citas y actualizar sus páginas web con nuevas y cada vez más arriesgadas fotografías. El popurrí constante de tonos para teléfono celular indica que la cita ha quedado fijada, los tratos cerrados y así sucesivamente. El anonimato total que ofrece el mundo de internet y del teléfono celular parece haber quitado una buena porción de deshonra a la prostitución masculina.
Después de todo, no existe forma alguna en que un observador casual pueda saber si lo que está sucediendo tiene una connotación solamente amistosa o tiene implicaciones profesionales. Y este mundo se aproxima codo con codo, se superpone e incluso penetra en ese mundo de los adolescentes de domingo que describí anteriormente; bastante a menudo, imperceptiblemente. Los mismos factores sociales que hacen a un mundo posible, han dado también su rostro actual y su forma a la otra realidad. Bienvenido a mi mundo. Me encanta, me encanta vivir en medio de esto. Me siento tan aliviado de compartir la sensación de libertad que viene con la ruptura de la imposibilidad. He llegado a deleitarme en el sonido imperdible de la risotada de una imperial drag queen brasileña a las tres de la mañana, más estridente y aún más tierna que el más arrogante chillido de la cacatúa de la selva. Y sin embargo, en medio de mi privilegio de vivir en semejante barrio, tengo un enorme reto en cuanto a mi responsabilidad.
Verán ustedes, en la ciudad en la que vivo, una ciudad de aproximadamente dieciocho millones de personas, en donde el desfile anual del orgullo gay cuenta con un mínimo de tres millones de personas —y esa es la cifra dada por la policía—, no hay una pastoral católica para la comunidad LGBTQ. En una ciudad nombrada en honor al apóstol Pablo, la cual es también la ciudad más grande en el país, con la mayor población católica en el mundo, nuestra Iglesia está totalmente ausente de cualquier implicación realista en la vida del segmento de la sociedad que en Brasil lleva por nombre “GLS”, Gays, Lesbianas y Simpatizantes (aquellos con afinidades similares).
Y de nuevo estamos frente a un tipo diferente de imposibilidad, ya que, por supuesto, nuestra Iglesia en Brasil depende de la misma enseñanza que en todas partes. La enseñanza actual de las congregaciones romanas, que tiene como premisa que todos los seres humanos son intrínsecamente heterosexuales y que las personas homosexuales están objetivamente desordenadas. El recientemente nombrado primado de Bélgica, monseñor Léonard, calificó la enseñanza de la Iglesia con bastante precisión cuando indicó, para consternación de la prensa local, que en su opinión ser homosexual es igual que sufrir de anorexia, en otras palabras: una patología del deseo. Dicha enseñanza no puede reconocer que ser gay es una variante minoritaria no patológica que ocurre regularmente en la condición humana; porque, si lo reconociera, algunas consecuencias fluirían de ello: la pertinencia de ciertas formas de relación, incluyendo un elemento sexual, a pesar de que éstas no tuvieran ninguna función procreadora posible. Y, en consecuencia, la pertinencia de ciertas formas de reconocimiento civil y litúrgico de tales relaciones.
En su lenguaje propio, el documento romano al cual he aludido asegura que la afirmación de que ser gay es un desorden objetivo, DEBE conservarse con el fin de mantener viva la afirmación de que todos los posibles actos sexuales que se derivan de ser gay son intrínsecamente malos y, por lo tanto, prohibidos. Si se deja a un lado el desorden objetivo, se deja a un lado la prohibición absoluta. Lógicamente están vinculados entre sí.
Ahora, por supuesto, existen cada vez menos personas que realmente crean todavía en la afirmación de que ser gay es un desorden objetivo en una condición humana intrínsecamente heterosexual, ya sea en Brasil como en cualquier otro lugar, y hasta entre el clero; no obstante, la enseñanza tiene un efecto escalofriante sobre cualquiera que desee participar en una posible labor pastoral en esta área. Pues son muy pocos los obispos, por personalmente benévolos que sean, quienes se atreven a hacer frente a la ira que es engendrada, usualmente por el clero gay que se odia a sí mismo, pero también por otros que han sido “militarizados” dentro de grupos religiosos rigoristas, ante cualquier iniciativa pastoral que trate a personas homosexuales como seres humanos, para quienes ser gay representa el hecho de convertirse en algo mucho más rico, en vez de ser una herida terrible contra la que deben luchar.
Y así tenemos la extraña situación donde existe una creciente vida social y cultural gay, con todo lo que pueda tener de bueno, todo lo que necesita fomentarse, desarrollarse, guiarse, apoyarse, apuntarse en la dirección correcta; pero al lado de ello y tan estrechamente entremezclado con eso, está lo turbio y furtivo de cierto submundo, con las necesidades que tienen sus habitantes de dignidad, estabilidad, una oportunidad de educación o una profesión, consejos de vida en familia y en comunidad. En breve, todos los ingredientes que piden a gritos un magnífico servicio pastoral católico de consolidación comunitaria. Y no obstante, todo esto está sumido en una aparente imposibilidad religiosa, la cual siento muy profundamente y en verdad no sé cómo resolver.
Cuando en mi título me referí a la “imposibilidad” y la “responsabilidad”, y cuando hablo de desarrollar nuevas maneras de narrar la vivencia católica gay, estaba pensando en planificar rutas, patrones de crecimiento entre los dos polos, maneras de describir de dónde creemos que venimos y a dónde creemos que vamos; qué tiene sentido y qué tiene calidad de ser verdad acerca de ellos. Y creo que hay dos tipos de ruta que estoy buscando recorrer, aunque ansío el momento en el que esas dos rutas se conviertan en una. Las dos rutas son la personal y la eclesial. Permítanme explicar.
La ruta personal es aquella que ya está bien avanzada en la vida de muchos de nosotros. Creo que muchos hemos sido capaces al menos de comenzar a recorrer esta ruta, aunque fatigosamente y a fuerza de tropezones dependiendo de nuestra experiencia. Esta es la ruta de la persona que parte de haber sido profundamente escandalizado de su propio ser, de quien se quedó atorado en todas las disyuntivas de “ama, pero no ames”, “sé, pero no seas”. El tipo de persona que, cuando estaba creciendo nunca podía imaginar honestamente que lo que más anhelaba, quizás mucho antes del impacto de la pubertad: un esposo o esposa del mismo sexo, podría llegar a hacerse una realidad en su vida. La ruta que va de esto a ser una persona que pacíficamente posee un sentido estable de sí mismo, capaz de contemplar el cortejo, la relación, la asociación, el empleo, la familia y la participación directa en la política social más amplia con algo que ofrecer, parece un milagro. Y para muchos de nosotros, lo ha sido.
También creo que, aunado a esta ruta, algo muy importante ha estado sucediendo en la esfera cristiana más amplia, algo que no necesariamente está bien representado por los diversos liderazgos religiosos de los grupos cristianos, aunque está, con todo, cada vez más presente. Yo lo llamo, en honor a Homero Simpson, el factor “¡Doh!”. Con esto quiero hacer alusión a la creciente certeza de la compatibilidad del cristianismo con la emergente comprensión de ser gay. Después de todo, mientras más y más gente cae en la cuenta de que ser gay es algo que sólo es, ni más ni menos, se hace cada vez más difícil presentar a Jesús como alguien que desaprueba a los homosexuales y es en cierto modo particularmente duro con ellos. Especialmente dado que Jesús era particularmente propenso a preferir y a asociarse con aquellos que eran más fuertemente desaprobados por los religiosos rigoristas en su sociedad. No por primera vez, el recuerdo de quien fue y es Jesús constituye un obstáculo formidable para los rigoristas de cualquier cultura.
Sin embargo, creo que está ocurriendo algo más rico y más profundo que eso, y quiero concretarlo aquí, ya que me parece que nuestro discurso no es acerca de cómo, de alguna manera, buscamos ser, y nos aferramos a ser, una excepción tolerada para un discurso cristiano global que realmente no nos incluya. Más bien lo que ha estado ocurriendo, en medio de la esfera secular normal y para consternación de nuestros dirigentes religiosos, ha sido el discurso cristiano que nos involucra, por así decirlo.
No se trata de que un grupo de rebeldes malintencionados esté intentando cambiar las enseñanzas de la Iglesia, o de un grupo de infieles que intenta alterar el Evangelio. En su lugar, sospecho que estamos realmente encontrándonos en el interior del poder del Evangelio que actúa en nuestra sociedad y sigue exactamente el patrón que Jesús predijo.
El poder del Evangelio es éste: Dios ocupó el lugar del proscrito, del rechazado, del condenado, a fin de mostrar cómo la bondad de Dios, el poder creador de Dios, la capacidad de Dios para armonizar realidades distintas en un orden pacífico tiene poco o nada que ver con el “sabio”, el “poderoso” y el “justo” de nuestro mundo. Por el contrario, se manifiesta principalmente entre las personas de mala reputación, los que tienen poco que perder, los que en las palabras maravillosas de san Pablo “no son” (1Cor 1, 28).
Y la manera en que esto funciona en cualquiera de nuestras sociedades como una forma de aprendizaje es la siguiente: normalmente, cuando alguien se encuentra ocupando el lugar de la vergüenza y la muerte que el grupo crea para afirmar su falso sentido de bondad, simplemente se tiene por malvado, que contamina, merecedor de castigo. Sin embargo, desde que Dios mismo ocupó ese lugar en la persona de Jesús y mostró que podía ser ocupado y habitado, dolorosamente pero con una actitud de perdón, Dios puso fin a nuestra manera de construir la bondad en contra de, y por contraste con personas como él. Y eso significa que, Dios lanza una sospecha en medio de nosotros, la sospecha de que nuestra bondad puede ser falsa y que nuestros “malvados” pueden ser después de todo inocentes, o al menos no más culpables que todos los demás.
Suena extraño para algunos, pero el resultado directo de ser capaces de aceptar que Dios se reveló a nosotros como la víctima vergonzosa de la confabulación de fuerzas políticas y religiosas de la ley y el orden, que apenas controlaban una creciente violencia de la multitud —el resultado directo, entonces, de la fe en el hijo de Dios— es la pérdida de fe en la inocencia de los implicados en el linchamiento y la bondad de la cultura que estuvieron reforzando. Las cosas que parecían ser sagradas se muestran como habiendo sido ídolos todo el tiempo; ídolos que exigen sacrificios.
Pues bien, esto significa y ha significado que, con el tiempo, personas bajo la influencia de la gracia se vuelvan sospechosas de sus propios motivos cuando se encuentran formando parte de una justa unanimidad en contra de algún malhechor. En algún lugar del fondo de nuestra mente hay una noción extraña de que Dios no puede realmente respaldar semejantes cosas, porque esto fue lo que le aconteció al propio Dios. Ahora, lo curioso y glorioso de esto es que este momento de sospecha, de autocrítica, de duda acerca de la aparentemente convincente opinión de la mayoría con respecto a cómo se dan las cosas y cómo los problemas pueden ser resueltos por un linchamiento, este momento es la condición de posibilidad del conocimiento real.
No es que las personas adquieran primero conocimientos científicos acerca de las cosas y luego, desde una posición racional, descarten sus anteriores creencias supersticiosas. Por lo tanto, no es que la gente comprendió que el clima funcionaba de ciertas maneras y patrones predecibles, y entonces comenzó a burlarse de aquellos que pensaban que tal o cual granizada fue causada por una bruja que echó el mal de ojo sobre un agricultor y su tierra en particular. Justo lo contrario, fue porque las personas se vieron incapaces de creer en la eficacia y, por lo tanto, en la culpabilidad de las brujas, que se hizo posible formular las preguntas que condujeron a otras explicaciones de causalidad. En otras palabras, una respuesta que conlleve una víctima ante cualquier pregunta siempre cerrará la posibilidad de aprender, ratificando a un grupo en su oscuridad. La pérdida de fe en la respuesta que conlleva una víctima, es lo que abre la posibilidad de veracidad, de aprendizaje, y de avanzar hacia un mundo más grande, más amplio, un mundo creado por Dios, en lugar de uno poblado por demonios raros y fuerzas sagradas impredecibles con las cuales se debe negociar y a quienes hay que satisfacer.
Pues bien, espero que puedan notar que durante los últimos cincuenta años más o menos, algo muy parecido a esto ha estado sucediendo con nosotros, la comunidad LGBTQ. Mientras que el miedo a la violencia, a la pérdida y a la devastación mantenían viva la expresión informal: “No importa lo que haces con tal que no lo digas”, que es común en la mayoría de las sociedades, por supuesto no había gente gay, como es famoso que “no hay” en Irán, o en Uganda hoy en día. Sin embargo, dado que, durante los últimos cincuenta años aproximadamente, la gente gay ha estado dispuesta a correr el riesgo de ser identificada y se ha preparado para enfrentar la escoriación, se sobrepone a la vergüenza, y como estas cosas han sucedido, más y más personas se han hecho a un lado de la amenaza del linchamiento multitudinario y han comenzado a plantearse cuestiones científicas, más que sagradas.
Y como las explicaciones moralistas (desviación, patología, vicio) y las soluciones sagradas (encarcelación, tratamiento con electroshock, terapia de conversión) se han desgastado, ha sido posible que la gente se plantée el tipo de preguntas que realmente pueden colocarnos en buena posición para aprender sobre el ser humano. Preguntas tales como “¿cuáles son las bases neurológicas, endocrinas y hormonales para esta configuración?”; “¿qué tienen que ver los genes con esto, si acaso algo tienen que ver?”; “¿acaso hay alguna marcada diferencia en la incidencia de gente como ésta de una cultura a otra?”; “¿hay algún tipo particular de patologías, fisiológicas o psicológicas, que sean propias o intrínsecas a la gente de esta configuración, que no estén asociadas con las circunstancias en las que se han visto obligados a vivir?”
Pues bien, como ustedes saben, el movimiento que ha pasado del pensamiento victimario al pensamiento científico en este ámbito es relativamente reciente, y aún así parece estar produciendo sólidos resultados. Tal como Jesús lo prometió, al deshacer el mecanismo victimario, el Espíritu Santo está mostrando toda la verdad y nos está haciendo libres. Ahora tenemos un sentido más firme de que ser gay o lesbiana es una variante minoritaria no patológica que se da regularmente en la condición humana, y estamos empezando a tener la sensación de que hay formas adecuadas de prosperar en esa condición; por ejemplo, que nos sea admitido vivir honestamente y sobrellevar abiertamente la humanización del deseo en las relaciones con otras personas semejantes. También cada vez más instintivamente reaccionamos contra aquellos que se aferran a las esquirlas del viejo pensamiento moralista, quienes insisten en que hay algo patológico que no existe, porque somos conscientes de que el etiquetado patológico es parte de un patrón victimario falso.
En definitiva, consideramos que la enseñanza tradicional de la Iglesia, ya sea con su disfraz católico o protestante, no es convincente en este campo, no porque seamos particularmente rebeldes o infieles, sino porque la forma cristiana de verdad se está imponiendo, y bajo su luz, tanto las caracterizaciones oficiales de quienes son las personas gays y lesbianas, como los patrones oficiales de conducta hacia ellos, no se muestran ni como cristianos ni como veraces.
Bueno, esto es parte de la historia. Es la historia de cómo muchos de nosotros, personalmente, nos encontramos llevados adelante por una marea que no creamos nosotros, remontando olas que alguien más agitó gloriosamente para nosotros. En términos de la escena con la que comencé a propósito de mi barrio, es lo que creo que subyace en el gran cambio social que ha convertido algo de cierto modo imposible en algo de cierto modo normal. Y por supuesto, muchos, si no es que la mayoría de nosotros, nos montamos a la ola de esta bendición extraordinaria en forma desdeñosa, inconscientes de lo que ha posibilitado en cuanto a que otros han ocupado y soportado el lugar de la vergüenza, desintoxicándolo con su paciencia, su moderación y su perseverancia.
Pero ser católico no sólo significa regocijarse en lo que alguien ha hecho por nosotros (aunque eso es lo que significa principalmente ese júbilo agradecido). Significa hacerse amigo, configurarse al corazón de aquel que hizo eso por nosotros, haciendo por otros lo que Él hizo por nosotros (Jn 15, 12-14). Esto también e inevitablemente significa —ya que no hay fe católica sin esto— un extendido amor por los pobres y los necesitados. Y esto me lleva de regreso a la otra mitad de la escena de mi barrio. El entusiasmo y la emoción de nuevas posibilidades que se abren también crea un mundo peligroso de vidas sin ataduras. Un mundo de vidas donde es evidente que nuestro Señor se deleita en hacerse presente, y que sin embargo representa un mundo de imposibilidad para nuestras autoridades eclesiales. ¿Entonces cómo se puede ayudar a fomentar aquello que la propia arquitectura del templo proclama que no debería existir realmente?
Y esto para mí es el reto, para el cual todavía no tengo una respuesta clara. Dada la imposibilidad de una sana participación en esta realidad, desde el punto de vista de la estructura eclesiástica formal, ¿cuál será la medida de mi responsabilidad para ayudar al surgimiento del signo eclesial de la presencia de Cristo? Un signo eclesial que espero que algún día el caparazón eclesiástico sea capaz de reconocer realmente como parte de lo que es.
Permítanme complementar esto un poco, ya que es un asunto personal para mí, como espero que lo sea para ustedes que están comenzando su vida como católicos LGBTQ, y gracias a los jesuitas, en el sentido de la importancia del servicio amoroso para los más vulnerables y necesitados.
Lo que atañe a mi persona es que, mientras más tiempo paso viviendo en la realidad que les he descrito, más disfruto y me gusta más la gente con la que vivo; me siento más conmovido y consternado por lo que ellos pasan; me siento avergonzado por la facilidad con la que malinterpreto sus necesidades y por lo poco que puedo hacer por cualquiera; me siento más auténticamente cuestionado por la forma en que soy responsable como católico ante la imposibilidad, en una zona eclesiástica muerta. En resumen, Dios parece haberme obsequiado un corazón, una cosa terrible, ya que los corazones sólo crecen cuando se rompen. Y Dios sólo da esos corazones como comienzo de cosas más grandes que Dios quiere hacer. Y, sin embargo, ¿cuál es la forma práctica del signo que se me ha pedido hacer surgir, que se nos ha pedido hacer surgir? Por supuesto, hay elementos específicos de ello para mi ciudad y mi barrio. Sin embargo, no puedo evitar pensar que en la mayoría de las principales ciudades, si no es que en todas (por ejemplo, en Washington, en México, Guadalajara o Monterrey), también están presentes una confluencia similar de realidades: gente gay cada vez más feliz, saludable, productiva, que se acepta a sí misma, y junto con ellos todos los desechos de la vida urbana moderna.
¿Cómo puede un católico, que es por el bautismo un sacerdote, independientemente de si ha sido formalmente ordenado para el presbiterio o no, e independientemente de su género, cumplir con el mandato del Señor: “Apacienta a mis ovejas”? o ¿cómo puede honrar el recuerdo y anhelo sacerdotal de “conducir a la multitud jubilosa a los atrios del Señor”? Siendo que nada hay imposible para Dios, y de hecho uno de los signos seguros de la presencia de Dios es la anulación de la imposibilidad, el hacer gradualmente habitable, respirable y recto lo que parecía estrangulado, amarrado y predestinado, ¿cómo es que Dios va a abstraernos de la imposibilidad eclesiástica y a impulsarnos a la creación del signo eclesial?
Me refiero, por supuesto, a cosas como avanzar más allá de recibir la cobertura social de aceptabilidad, una vez nuestros derechos civiles y acuerdos maritales plenamente respetados, para poder hornear un rico pastel católico que soporte esa cobertura. Y entre los elementos de este rico pastel, descubrir nuestro talento para desarrollar formas de preparación al matrimonio y toda una cultura saludable para comprender y sustentar diferentes patrones de relaciones del mismo sexo, junto con las nuevas formulaciones litúrgicas adecuadas, que nos permitan bendecir a Dios por habernos bendecido con el don que es el testimonio de amor que nos muestran las parejas gays en nuestro medio. Pero incluso más que eso, me refiero a grupos de nosotros, con algún tipo de vida común y de oración común, que son capaces de crear patrones sustentados de generosidad para aquellos que pueden ser ayudados a entrar en la educación, en cursos de formación profesional, para aquellos que pueden ser ayudados a salir de las drogas, para aquellos cuyos talentos pueden ser liberados debajo del cúmulo de escoria de autoaborrecimiento que los cubre. ¿Cómo vamos a crear juntos “parroquia” en nuestros lugares diferentes y no importándonos demasiado el colapso visible de una cierta estructura eclesiástica alrededor de nosotros? ¿Vamos a crear comunidades donde nosotros podamos atrevernos a imaginar lo que podría ser bueno y divertido para nuestras hermanas y hermanos, aunque nuestra imaginación se haya visto tan a menudo paralizada por la imposibilidad?, ¿vamos realmente a comenzar a crear el tipo de valores familiares que dan una verdadera gloria a Dios?
Estamos recibiendo la bendición. Ahora, ¿cómo permitimos a aquel que nos ha bendecido a impulsarnos a la creación del signo eclesial? Cuando dos o tres están reunidos, pidiendo esto en su nombre, Él seguramente lo hará.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Un psiquiatra en el armario

 
Carlos Osma
Homoprotestantes
No hay mayor enemigo para la aceptación de las personas homosexuales que la homofobia interiorizada. Ese es uno de los poderes con los que convivimos cada día y contra el que tenemos que aprender a lidiar. No me estoy refiriendo a la nuestra, que jamás deberíamos dar por desaparecida, sino a aquella que atrapa a muchas personas que están dispuestas a hacernos daño si con ello calman por un tiempo el dolor que sufren por no vivir de acuerdo a lo que son.
En mi época de estudiante universitario vivía un gran conflicto interno entre mi fe y mi orientación sexual. Era algo que llevaba oculto y no tenía los elementos necesarios para poder enfrentarlo. Es por eso que decidí visitar a un conocido psiquiatra evangélico que había tratado a otras personas en mi situación. Pensaba por entonces que la única persona que podría ayudarme tenía que ser psiquiatra y evangélica, algo que el tiempo me ayudaría a ver como una gran estupidez.
No fue fácil conseguir el dinero de las sesiones y los billetes de tren, tenía que desplazarme trescientos Kilómetros para acudir a la consulta. No podía pedírselo a mis padres sin darles una explicación creíble, así que lo ahorré con mis trabajos de fin de semana con los que pagaba la carrera. Para mí, en aquel momento, aquello era una fortuna, pero pensaba que valía la pena si me ayudaba por fin a terminar mi batalla personal.
Fueron tres sesiones, y las recordaré siempre por ser el lugar donde más he luchado contra la homofobia interiorizada de alguien, sin ninguna otra arma que el sentido común. Aquel señor hablaba de Dios y de la Biblia, pero lo que a mí me ocurría no le importaba nada. Lo primero que me dijo fue una mentira, que yo no era gay. A lo que le respondí que si algo no se podía poner en duda era que yo era gay. Supongo que no se dio cuenta de que era la primera vez en mi vida que decía en voz alta que era gay. Dentro de mi todo cayó, pronunciar esas palabras hicieron que mi mundo se hundiera y me quedara sin nada, a al intemperie, y a la espera del ataque de ese buitre.
Me habló después de la necesidad de regar mi heterosexualidad y de no hacerlo con mi homosexualidad. Es decir, intentó por todos los medios culpabilizarme, hacerme responsable de lo que me pasaba. Supongo que a él su heterosexualidad de escaparate le había costado mucho tiempo de riego, y que su sentido de culpabilidad tenía que mitigarlo con aquellas sesiones absurdas. Después me dijo que tenía que salir con chicas, que debía echarme una novia formal, de esa manera vencería definitivamente mis tendencias pecaminosas. Por mucho que le dije que había dejado a mi novia porque pensaba que le estaba engañando y que ella no se merecía eso, él me animó a seguir intentándolo. Es decir, me empujó a vivir en la mentira, y a meter en esa vida a una persona que no se lo merecía. Tiempo después me enteré de que era eso lo que él había hecho; seria para no sentirse un monstruo que me invitó a mí a hacer lo mismo.
En la última sesión le dije que sus propuestas no me parecían una solución a lo que me ocurría, que había decidido salir del armario y contárselo a mi familia y mis amigos. A este señor sólo le importaba el sexo, cuando en aquel momento yo estaba más preocupado por el rechazo o el dolor que podía sufrir de mi entorno. Por eso me recomendó no decir nada, y que si lo hacía, no mantuviese relaciones sexuales con otros hombres. Finalmente me dio la dirección de Exudus Internacional y me dijo que ellos podían ayudarme. Yo estaba a punto de enfrentarme a uno de los momentos más difíciles de mi vida, ponerme delante de las personas a las que quería y decirles algo que pensaba no podían entender. Pero a este señor eso no le importó nada, su terapia había sido un fracaso, y lo que yo sintiera no era asunto suyo.
Sé que ese hombre era gay, lo tengo muy claro, analizando las tres horas que estuvimos juntos, su comportamiento, actitudes, su mirada esquiva y sus mentiras, no me cabe ninguna duda. Hombres y mujeres como estos me los he vuelto a encontrar más veces a lo largo de mi vida, pero yo ya tenía las herramientas necesarias para defenderme. A este señor no lo olvidaré nunca, porque intentó aprovecharse del dolor, el miedo y el sufrimiento que yo tenía para empujarme a una vida de engaño como la suya. Gracias a Dios ahora todo eso queda muy lejos para mí, aunque sé que no para mucha gente.
Hay quienes han decidido vivir en una vida que no es la suya, y no hay mayor fracaso para alguien que ese. Por eso lanzan todo su rechazo hacia quienes han decidido tomar el camino de la sinceridad y la realidad. Hay veces que su comportamiento me molesta y me enfada, sobre todo cuando intentan arrastrar con ellos a otros, pero en la mayoría de ocasiones me dan pena, yo he estado en su situación y sé lo que se sufre. Sé como es vivir con miedo a que te descubran, el temor al rechazo, la angustia de perder lo que tienes… y cuando uno ha podido enfrentarse a todo eso y tener una vida real plena, sólo puede compadecerse de quienes no han podido o no se han atrevido a hacerlo.