lunes, 3 de septiembre de 2012

Un psiquiatra en el armario

 
Carlos Osma
Homoprotestantes
No hay mayor enemigo para la aceptación de las personas homosexuales que la homofobia interiorizada. Ese es uno de los poderes con los que convivimos cada día y contra el que tenemos que aprender a lidiar. No me estoy refiriendo a la nuestra, que jamás deberíamos dar por desaparecida, sino a aquella que atrapa a muchas personas que están dispuestas a hacernos daño si con ello calman por un tiempo el dolor que sufren por no vivir de acuerdo a lo que son.
En mi época de estudiante universitario vivía un gran conflicto interno entre mi fe y mi orientación sexual. Era algo que llevaba oculto y no tenía los elementos necesarios para poder enfrentarlo. Es por eso que decidí visitar a un conocido psiquiatra evangélico que había tratado a otras personas en mi situación. Pensaba por entonces que la única persona que podría ayudarme tenía que ser psiquiatra y evangélica, algo que el tiempo me ayudaría a ver como una gran estupidez.
No fue fácil conseguir el dinero de las sesiones y los billetes de tren, tenía que desplazarme trescientos Kilómetros para acudir a la consulta. No podía pedírselo a mis padres sin darles una explicación creíble, así que lo ahorré con mis trabajos de fin de semana con los que pagaba la carrera. Para mí, en aquel momento, aquello era una fortuna, pero pensaba que valía la pena si me ayudaba por fin a terminar mi batalla personal.
Fueron tres sesiones, y las recordaré siempre por ser el lugar donde más he luchado contra la homofobia interiorizada de alguien, sin ninguna otra arma que el sentido común. Aquel señor hablaba de Dios y de la Biblia, pero lo que a mí me ocurría no le importaba nada. Lo primero que me dijo fue una mentira, que yo no era gay. A lo que le respondí que si algo no se podía poner en duda era que yo era gay. Supongo que no se dio cuenta de que era la primera vez en mi vida que decía en voz alta que era gay. Dentro de mi todo cayó, pronunciar esas palabras hicieron que mi mundo se hundiera y me quedara sin nada, a al intemperie, y a la espera del ataque de ese buitre.
Me habló después de la necesidad de regar mi heterosexualidad y de no hacerlo con mi homosexualidad. Es decir, intentó por todos los medios culpabilizarme, hacerme responsable de lo que me pasaba. Supongo que a él su heterosexualidad de escaparate le había costado mucho tiempo de riego, y que su sentido de culpabilidad tenía que mitigarlo con aquellas sesiones absurdas. Después me dijo que tenía que salir con chicas, que debía echarme una novia formal, de esa manera vencería definitivamente mis tendencias pecaminosas. Por mucho que le dije que había dejado a mi novia porque pensaba que le estaba engañando y que ella no se merecía eso, él me animó a seguir intentándolo. Es decir, me empujó a vivir en la mentira, y a meter en esa vida a una persona que no se lo merecía. Tiempo después me enteré de que era eso lo que él había hecho; seria para no sentirse un monstruo que me invitó a mí a hacer lo mismo.
En la última sesión le dije que sus propuestas no me parecían una solución a lo que me ocurría, que había decidido salir del armario y contárselo a mi familia y mis amigos. A este señor sólo le importaba el sexo, cuando en aquel momento yo estaba más preocupado por el rechazo o el dolor que podía sufrir de mi entorno. Por eso me recomendó no decir nada, y que si lo hacía, no mantuviese relaciones sexuales con otros hombres. Finalmente me dio la dirección de Exudus Internacional y me dijo que ellos podían ayudarme. Yo estaba a punto de enfrentarme a uno de los momentos más difíciles de mi vida, ponerme delante de las personas a las que quería y decirles algo que pensaba no podían entender. Pero a este señor eso no le importó nada, su terapia había sido un fracaso, y lo que yo sintiera no era asunto suyo.
Sé que ese hombre era gay, lo tengo muy claro, analizando las tres horas que estuvimos juntos, su comportamiento, actitudes, su mirada esquiva y sus mentiras, no me cabe ninguna duda. Hombres y mujeres como estos me los he vuelto a encontrar más veces a lo largo de mi vida, pero yo ya tenía las herramientas necesarias para defenderme. A este señor no lo olvidaré nunca, porque intentó aprovecharse del dolor, el miedo y el sufrimiento que yo tenía para empujarme a una vida de engaño como la suya. Gracias a Dios ahora todo eso queda muy lejos para mí, aunque sé que no para mucha gente.
Hay quienes han decidido vivir en una vida que no es la suya, y no hay mayor fracaso para alguien que ese. Por eso lanzan todo su rechazo hacia quienes han decidido tomar el camino de la sinceridad y la realidad. Hay veces que su comportamiento me molesta y me enfada, sobre todo cuando intentan arrastrar con ellos a otros, pero en la mayoría de ocasiones me dan pena, yo he estado en su situación y sé lo que se sufre. Sé como es vivir con miedo a que te descubran, el temor al rechazo, la angustia de perder lo que tienes… y cuando uno ha podido enfrentarse a todo eso y tener una vida real plena, sólo puede compadecerse de quienes no han podido o no se han atrevido a hacerlo.

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